Adela Cortina (Valencia, 1947) es catedrática de Ética y Filosofía política. En 2017 publicó ‘Aporofobia: el rechazo al pobre’, una palabra que acuñó y que aquel año se convirtió en palabra del año que ya está aceptada por la RAE y consta también en el Código Penal. Esta semana decenas de expertos y entidades sociales participan en Barcelona en un primer congreso organizado por IQS y La Fundació La Caixa para reflexionar sobre esta problemática de la que Cortina fue pionera en ponerle nombre.
¿Qué le parece el primer congreso de Aporofobia en Barcelona?
Es una iniciativa extraordinaria que ha tomado el IQS. Es un tema fundamental poder analizar esta lacra social que es el desprecio al pobre en un congreso que aborda el fenómeno desde la filosofía, la economía, la antropología…
Usted que creó está palabra… ¿qué significa aporofobia?
Lo tomé por analogía con el término xenofobia; el rechazo y el desprecio al extranjero. Yo me preguntaba si rechazamos tanto a los extranjeros o si rechazamos a los extranjeros pobres. Hay una diferencia bastante considerable entre lo que es un extranjero que viene a comprar un apartamento carísimo, al que se le da enseguida la nacionalidad, o un cantante de moda, o un futbolista… estos no nos molesta nada que vengan. Al revés, estamos desolados si no vienen. La aporofobia es una lacra social y hay que ponerle nombre, porque lo que no es visible no existe.
¿Por qué hay rechazo al pobre?
Desde el punto de vista de la antropología evolutiva, los seres humanos somos reciprocadores. Estamos dispuestos a dar con tal de recibir. Vivimos de un intercambio de favores, dinero, votos, puestos de trabajo… Excluimos a aquellos que no parece que tengan nada interesante que intercambiar, que no tienen nada interesante que dar. O eso creemos.
¿Preferimos aprovecharnos de ellos o hacer ver que no los vemos?
Hay que darse cuenta de que toda persona vale por sí misma y no hay que tenerla en cuenta por lo que se puede obtener de ella. Todos tienen un valor. Pero preferimos no verlo. Lo relegamos y dejamos de lado incluso al propio familiar que es pobre porque pueden desprestigiarnos socialmente por ello.
¿Hablar de la pobreza nos acerca a ella?
Te obliga a descender. Todos queremos tener un cierto estatus y reconocimiento. Y si te equiparan con la pobreza dejas de interesar.
¿La aporofobia está arraigada en la vida cotidiana?
Pensemos en el caso más bestial: cuando unos chicos queman a una mujer sin techo en un cajero bancario. Es un agravante de los delitos de odio y lo suelen cometer chicos jóvenes que salen de fiesta y que ya no saben cómo acabarla. Eso es terrible y afortunadamente excepcional. Pero, efectivamente, nuestro cerebro es aporófobo, tenemos una predisposición a dejar de lado al que no nos va a aportar nada a cambio. Ahora bien, tener una predisposición no es tener una obligación. Eso se puede corregir.
¿Vamos a peor?
La humanidad siempre ha sido aporófoba. En la Edad Media no eran mucho mejores. Yo prefiero vivir en esta época. Tenemos que desactivar la aporofobia y promocionar otras dimensiones de nuestro cerebro que son mucho más positivas.
¿Las administraciones también son aporófobas?
No es de recibo que en pleno siglo XXI la gente esté durmiendo en la calle, pase hambre, no tenga vivienda… La gente tiene derecho a no ser pobre y hay medios suficientes como para que nadie sea pobre de forma involuntaria. Es muy importante que las instituciones ayuden a salir de la pobreza y a llevar una vida lo mejor posible. Las administraciones tienen que fijar prioridades. No se preocupan de la pobreza porque a quienes les afecta no van a ir a votar. Parece que no pueden devolver nada interesante a cambio. Hay que ocuparse de ellos.
¿Cómo?
Uno se puede preocupar de eliminar pobreza y de ayudar a los pobres para proteger a la sociedad, por miedo, porque genera más peligro. O bien para que puedan salir de la pobreza, para que puedan tener una buena situación.
¿El mercado de la vivienda es aporófobo?
Totalmente.
¿Y la ley de extranjería?
También. Afortunadamente se han reformado y están dando un poco más de posibilidades. Pero esas son las cosas que hay que mejorar. ¿Cuál es la prioridad en un país? Que la gente pueda comer, dormir en un lugar, formarse, ir al médico… Estoy hablando de los derechos más básicos.
Usted también ha hecho un diagnósticos sobre la pandemia del coronavirus. ¿Hemos salido mejores?
Estaba cantado que no íbamos a salir mejores, porque no aprendemos. ¿Cómo no hemos aprendido que somos vulnerables, que somos interdependientes, que nos necesitamos unos a otros, que la solidaridad nos es indispensable incluso para sobrevivir personalmente? Estamos más encerrados: nos dedicamos a televivir y se han cortado muchísimas relaciones porque todo se hace a través del teléfono. No hemos aprendido que nos necesitamos unos a otros, que la interdependencia es básica.
¿Nos da miedo depender de otros?
Nos hemos acostumbrado a vivir a nuestro gusto, en nuestro grupito. A hacerlo todo por correo electrónico sin salir de casa. Desgraciadamente, de la pandemia no hemos aprendido nada. Y de las guerras actuales, pues supongo que aprenderemos más o menos lo mismo.