Entre las gentes que reclaman mano dura y expulsión contra los inmigrantes que llegan a nuestra Europa buscando una vida digna, lo que abunda es esa actitud de rechazo al pobre (aporofobia) que trasluce una falta de compasión, de solidaridad, de fraternidad. En muchos casos son esas mismas gentes agresivas las que reclaman la identidad cristiana de Europa y exigen la mención expresa del cristianismo en los documentos fundacionales de la Unión Europea.
Me pregunto si estas personas habrán escuchado alguna vez la parábola del buen samaritano. En esa parábola, un judío perteneciente a una minoría excluida por la mayoría social y por los poderosos de la época, una persona de mala fama para los oyentes de la parábola, se conmueve profundamente ante el sufrimiento de un desconocido que yace herido en la orilla del camino tras haber sido asaltado por unos ladrones. El samaritano se postra ante el maltratado y lo traslada personalmente a una posada, donde le cuida y encarga que le cuiden con cargo a su cuenta de gastos, hasta que se reponga y pueda valerse por sí mismo. Cuenta la parábola que otros personajes de la época, concretamente unos representantes del clero y de la clase gobernante, habían pasado de largo ante el desgraciado, como si no lo hubieran visto. La conclusión de la parábola es una pregunta: ¿Quién se comportó como prójimo de la persona que estaba en apuros? La respuesta es tan obvia que quienes habían preguntado a Jesús de Nazaret que «quién es mi prójimo» se quedaron callados, sin réplica posible.
Si Europa tiene raíces cristianas, si los valores europeos existen y en buena medida proceden de una historia en la que el cristianismo es un elemento fundamental, lo esencial no es que se diga o no se diga que se trata de valores cristianos. Lo esencial es que se practiquen tales valores. Lo esencial es que se acoja a los inmigrantes con la actitud del buen samaritano. Si Europa quiere ser fiel a sí misma, no puede prescindir de su herencia cultural de libertad, igualdad, fraternidad, pluralismo, diálogo racional y respetuoso, etc. Se trata de valores que se han ido fraguando desde el dolor de las guerras intestinas, desde el cargo de conciencia de haber pisoteado la dignidad humana en las colonias, desde el horror de haber propiciado holocaustos y haber descuidado a minorías, a animales, y la Naturaleza y al planeta en su conjunto. El descubrimiento de Europa es, que, pese al daño que hemos provocado, también ha sido la cuna de los Derechos Humanos, la simiente del Estado Social y Democrático de Derecho, el punto de partida de un modelo económico y social que lucha contra el esclavismo, el racismo, la trata de personas, la desprotección social, el machismo, la aporofobia y las demás lacras de nuestra época. Europa defiende que la razón, y no la sinrazón, es la clave de la solución a los problemas que aquejan a la humanidad entera.
Europa apuesta por la concertación, el entendimiento, la búsqueda de verdades compartidas y de soluciones humanitarias, para una convivencia planetaria en paz y justicia. En consecuencia, Europa no puede ceder ante quienes quieren segar sus valores fundacionales y sustituirlos por el «todo vale» de los modelos ultras. En las raíces de Europa están, sin duda alguna, los valores cristianos a los que se refiere la parábola del buen samaritano. Pero no es cuestión de decirlo, sino de ponerlos en práctica en el día a día de la acogida y cuidado a los seres más vulnerables, incluidos los inmigrantes.
Fuente: Laopiniondemuercia.es